Hoy muchos años han transcurrido desde mis comienzos como pintor, allá por la mitad del siglo pasado; cuando España se debatía entre una dictadura y unos conceptos anticuados de valores humanos. El arte era una pura eclosión de protestas y renovación; los artistas jóvenes sentíamos la necesidad de expresar nuestras frustraciones e ideales contrariados. Muchas veces teníamos que viajar y salir al exterior -no sin pocas dificultades- para respirar un poco y poder contemplar un mundo que se nos antojaba apasionante.


Yo por mi cuenta he tenido que enfrentarme a todo tipo de adversidades; desde la falta de recursos hasta la incomprensión de una sociedad sumida en el pasado y engañada por el poder; incluso a algunos críticos conservadores que no comprendían el nuevo arte que surgía
Para mí, la pintura siempre ha sido lo más importante para evolucionar como ser humano; en ella me ha sido posible reflejar todos mis sentimientos y lo más profundo de mi personalidad. Con los pinceles he vencido mis malos momentos, he reflejado las mejores ilusiones e inclusive el saber de mis desamores. En definitiva, con ella he conseguido el medio de hallarme a mí mismo


A través de todos estos años en los que no he dejado de trabajar, mi técnica ha ido evolucionando considerablemente. Con la incorporación de la luz en mi obra comenzaron a aparecer unas nebulosas que se fueron convirtiendo lentamente en unos seres de gran carga figurativa. Estas imágenes inconcretas, se fueron aclarando y concentrando, dando lugar a mi pintura actual, en la que estoy más cerca del Bosco que del informalismo de mis principios.
A mi edad y después de estar tantos años en el mundo del arte puedo decir con cierto orgullo que nunca he sucumbido a la tentación de dejarme seducir por las ofertas de las galerías comerciales, que siempre pretenden mediatizar la obra del artista.


Estoy convencido de que un pintor no es una fábrica de cuadros y ni mucho menos es un autómata que encuentra una fórmula mágica que repite hasta el infinito. Tampoco creo que la cosa deba tomarse con tanta seriedad como para creer que se trabaja para la posteridad. Quien así lo entienda se pierde la alegría del disfrutar de la vida y del trabajo; incluso hasta la satisfacción de poder volverse loco en cualquier momento, comprendiendo al final que nada es tan importante como el amor, la amistad y en definitiva, el ser humano..